Un ecomuseo es una experiencia cuyo objetivo es generar compromiso social entre los habitantes de una comunidad a través de estrategias de participación y activación de procesos. Desde el punto de vista de la ecomuseología, la participación consiste en proporcionar a los individuos y a las comunidades la oportunidad de tomar parte en los procesos de toma de decisiones sin intermediarios, fundamentalmente en las políticas locales y en aquellas cuestiones que afectan a sus vidas. En este sentido, la participación es la asunción por parte del ciudadano de su poder político, no su sustitución, sino la creación de estructuras de democracia directa (cultural).
Sin embargo, el concepto de participación es tan frágil como poderoso, tan resistente como manipulable y permeable y tan único como etéreo. Es un concepto tan polifónico como lo son los conceptos de comunidad o ciudadanía. Las comunidades son diversas y también lo son las formas de entender la participación, sus niveles y las metodologías para aplicarla.
El principal objetivo de este módulo de formación es comprender el significado de la participación en la creación y gestión de ecomuseos. Para ello, el módulo se estructura en torno a cuatro preguntas esenciales:
El objetivo es desarrollar y profundizar en los mecanismos que permitan a las comunidades ser uno de los principales agentes en la toma de decisiones para el desarrollo hacia el futuro. Para ello, se hará hincapié en conceptos como ciudadanía, comunidad y participación desde el punto de vista de la Nueva Museología y la sociomuseología, en las formas de organización de la sociedad civil, las escalas de participación y las posibilidades metodológicas para llevarla a cabo.
Competencias que deben adquirir los estudiantes:
Esta unidad responde a la pregunta de qué es la participación. El objetivo de esta unidad es comprender y analizar la idea de comunidad y participación en los ecomuseos. Para ello, profundizaremos en cómo la ecomuseología entiende la idea de participación y los procesos comunitarios.
La participación ciudadana en el ámbito del patrimonio, los museos y la cultura puede entenderse de diferentes maneras y con diferentes escalas en función del alcance que una población pueda tener en las acciones y la planificación cultural. En nuestro caso, la entenderemos como la implicación de los ciudadanos y la sociedad civil en el diseño y desarrollo de políticas y en la potenciación de la toma de decisiones.
La participación de los ciudadanos y la sociedad civil en la elaboración de políticas ha aumentado en las últimas décadas. No se trata de un fenómeno nuevo. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y la democratización de la cultura, las políticas unilaterales han ido desapareciendo. Hoy, cada individuo se expresa a través de la participación, cuyos pilares esenciales son:
Para asumir estas premisas, debemos tener en cuenta que el concepto de cultura actual y del que parte la ecomuseología: (1) es un proceso social complejo que depende de numerosos factores, en algunos casos aleatorios; (2) está inmerso dentro de dinámicas neoliberales y de mercado, lo que significa que está directa o indirectamente mercantilizado; (3) es un territorio contradictorio que está en continua tensión entre lo nuevo y lo viejo, la identidad nacional frente a la identidad de grupo, el intelectualismo frente a lo popular, lo que se pierde y lo que se conserva, etc…, es decir, la cultura no se detiene; (4) y es un concepto y un sector contaminado, ya que está estrechamente relacionado con las inmersiones de factores económicos, educativos, políticos, etc. (Basado en López de Aguileta, 2000: 23-24).
La participación ciudadana en la elaboración, aplicación y evaluación de las decisiones políticas ya no es, por tanto, una mera opción, sino una característica de las democracias actuales. En efecto, los ciudadanos asumen voluntariamente responsabilidades públicas con el objetivo de mejorar su situación social, cultural y económica. Sin embargo, más allá de la teoría, la realidad es algo más difusa. Como se desprende de uno de los últimos estudios sobre participación en Europa (European Mindset Study de la Fundación BBVA para 2010) , el nivel de participación política y social en Europa es relativamente bajo en su conjunto, aunque existen importantes diferencias entre países. En 2010, el 34% de los europeos realizó algún tipo de actividad de participación política y social, como firmar peticiones, tomar parte en manifestaciones, movilizaciones, etc.). Suecia y Dinamarca alcanzaron los niveles más altos de participación cívica, por encima del 55%, mientras que Bulgaria y Portugal, con menos del 20%, se situaron a la cola de esta clasificación. Los datos son similares si nos fijamos en la pertenencia a asociaciones. Las sociedades danesa y sueca alcanzan cifras del 70% en cuanto a participación en grupos y asociaciones cívicas. Los países con los índices de participación más bajos son Bulgaria, Polonia, Turquía y Grecia (con menos del 20%).
Estos datos nos dejan una brecha entre una parte teórica de lo que son o deberían ser las sociedades democráticas y participativas, y una parte de la realidad en la que la conciencia de la gente sobre el derecho a la participación y sus procesos es insignificante. Las sociedades postindustriales aún se enfrentan al reto de interiorizar realmente la participación para mantener -si no construir- una sociedad del bienestar, implicada en los asuntos públicos. Uno de los principales ejemplos del uso real del derecho de participación y una demostración de la asunción del papel social de los ciudadanos en los asuntos públicos es la «revolución islandesa» de 2008-2011, donde una sociedad que forzó la dimisión de un gobierno, sentó en el banquillo a los responsables de la crisis y decidió por sí misma negarse en referéndum a aceptar las condiciones que le imponían para el pago de la deuda acumulada por sus empresas bancarias.
Como se ha mencionado al principio de esta unidad, la participación no es «cuestionable», sino que su definición, implicaciones, desarrollo e impacto en la realidad de un territorio y sus condiciones sociales, culturales y económicas es amplio y diverso. Tampoco podemos achacar la falta de participación a un sistema administrativo y gubernamental que impide este derecho. No es que los marcos administrativos y legales no permitan la participación, sino que los ciudadanos no la demandan, lo que conduce a una delegación de estas funciones en la administración. Esta dinámica encorseta a las administraciones en procesos estandarizados y burocráticos, para los que salirse de ellos supone introducir medidas innovadoras y decisiones políticas «arriesgadas».
La participación desde los ecomuseos reforzará los procesos de innovación dentro de las dinámicas de gobernanza establecidas, recuperando espacios para la implicación ciudadana y, por supuesto, para el diálogo con los representantes políticos y las administraciones públicas.
Esta unidad responde a la pregunta de qué niveles y tipos de participación existen. La unidad tiene por objeto analizar los distintos tipos y niveles de participación que pueden desarrollarse con los ciudadanos y las comunidades.
Hemos visto que el concepto de participación es polisémico y maleable. Hablamos de participación social, cultural, política, comunitaria, etc., sin tener muy claros los límites entre una y otra, y sin poder, por tanto, definirlas más allá de las pretensiones e intereses de quienes han decidido hacer una u otra taxonomía.
En nuestro caso, nos referiremos siempre a la participación en el ámbito de la cultura, que obviamente tiene implicaciones sociales y políticas. Como vimos en la Unidad 1, nuestro sentido de la participación apunta en última instancia al empoderamiento, la ruptura de jerarquías y la toma de decisiones por parte de la población civil.
Todos los medios de participación deben apuntar a generar procesos que ayuden a las organizaciones de ecomuseos a atender las necesidades y problemáticas de sus comunidades y territorios, y a poder adaptarse y enfrentar los desafíos de las sociedades actuales: justicia social, igualdad de género, inclusión social, colonialidad, etc. Entendemos que los procesos participativos pretenden construir audiencias de ciudadanos capaces de pensar y actuar (Delargue, 2018: 162-163).
En la historia de los ecomuseos, la participación ha sido siempre uno de sus estandartes y proclamas definitorias, junto con los conceptos de «comunidad», «territorio» o «patrimonio». Sin embargo, esto no ha significado que todos los profesionales de los ecomuseos y ecomuseos entiendan la participación de la misma manera. Podríamos dividir la forma de entender la participación en los procesos ecomuseológicos en «participación para legitimar» y «participación para transformar«.
La participación para la legitimación se basa en procesos dirigidos en los que hay una entidad que orienta las acciones participativas y la población es la destinataria de estas acciones. Esta categoría puede dividirse en:
La participación transformadora se basa en el protagonismo de la población y sus organizaciones sociales en la planificación, ejecución y gestión de las diferentes acciones. Este tipo de participación puede subdividirse en:
En la gestión de la participación de los ecomuseos, partiremos siempre de la base de que el objetivo final es alcanzar un estatus de autarquía, es decir, el nivel de participación de la «autogestión» o, en su defecto, el de la «gestión delegada».
Esta unidad corresponde a la cuestión de quién participa. Se trata de analizar y comprender los espacios de representación y el poder de la sociedad civil. Si los ecomuseos se enmarcaron en un contexto global concreto: los años sesenta y setenta del siglo XX; la deriva de la postmodernidad ha hecho que las dinámicas sociales evolucionen y se transformen. Así, abordaremos, entre otros aspectos, los agentes implicados y las organizaciones colectivas, los espacios de cogestión o los bienes comunes.
Hasta esta unidad hemos hablado de qué es la participación, sus tipologías, niveles y qué se considera participación para los ecomuseos, pero: ¿se puede participar, y qué implicaciones puede y/o debe tener esta participación?
La existencia de una sociedad civil sólida, que es en realidad la columna vertebral de la democracia, marcada por la preocupación por la solidaridad humana, es imprescindible para la participación de los tye que hemos venido desarrollando anteriormente. Esto significa la participación en las esferas culturales locales mediante técnicas participativas, restringiendo el papel de los expertos e invitando a la población y a los ciudadanos directamente afectados por los temas que se van a tratar (Mayrand, 2004; Varine, 1989, 1991 y 2017).
La participación siempre tiene un motivo y un objetivo. Corresponde a los miembros de la comunidad identificar las necesidades y los problemas de su entorno y de la sociedad y tomar la iniciativa para abordarlos. Para ello, entendemos la participación como un acto de responsabilidad ciudadana y un acto de democracia directa frente a la delegación. Hugues de Varine lo explicó de la siguiente manera:
«Todo lo que ocurre en nuestra vida cotidiana es como si hubiéramos abdicado de nuestras responsabilidades sociales en manos de especialistas formados para ello (…). De ello se deduce que todas las decisiones fundamentales se toman fuera de nosotros, mientras que su aplicación es objeto de normas que se imponen (…) por nuestro propio bien. Nos dicen cómo vivir y morir, cómo conducir nuestras relaciones con los demás o con el medio ambiente, cómo consumir, cómo trabajar, cómo utilizar nuestro tiempo libre. Nos protegen de nosotros mismos y de los demás, de los riesgos medioambientales e incluso de lo inesperado»
(Varine-Bohan, 1991: 17-18).
La participación en la gestión de los asuntos públicos es un derecho de los ciudadanos más allá de su participación como votantes de los representantes políticos. El papel social de un individuo – el tiempo social que este individuo consagra – depende del grado de conciencia en el sentido, tal como lo entiende Paulo Freire que se refiere a la capacidad de ejercer una conciencia de dominio de sí mismo, de su presente y de su futuro, de no ser más un objeto, sino el sujeto de su desarrollo y de su condición humana (Varine-Bohan, 1991: 75). Esta comprensión de la participación como forma de autogestión del tiempo personal está directamente relacionada con el derecho a la cultura y a la libertad cultural de los Derechos Universales (UNESCO, 1948). La libertad cultural se alcanza en el individuo a través de un proceso que vincula la emoción con el conocimiento crítico, y a cada individuo con su territorio. Incluso nos atreveríamos a decir que es indudablemente necesaria una responsabilidad individual para conquistar estas libertades.
¿Dónde pueden ejercer los ciudadanos su derecho a la libertad cultural? ¿Dónde puede ejercerse la participación ciudadana? En ecomuseología, la participación se realiza considerando los espacios patrimoniales como comunales. Los espacios comunales pertenecen a las teorías del procomún:
«Cuando decimos que todo lo que es de todos y de nadie a la vez pertenece al procomún, estamos pensando en un bien que se saca del mercado y que, en consecuencia, no se rige por sus reglas. El procomún no puede asimilarse a la noción de mercancía. Es lo que ocurre también con el patrimonio, constituido por todos aquellos bienes (cuadros, libros, restos arqueológicos, y también rocas o plantas) que conservamos en museos, bibliotecas o jardines botánicos»
(Lafuente, 2007: 15).
La propiedad colectiva sigue viva en la legislación actual. Por ejemplo, el artículo 132 de la Constitución Española establece que la ley regulará el régimen jurídico de los bienes comunales, inspirándose en los principios de inalienabilidad, imprescriptibilidad e inembargabilidad. ¿Por qué no puede regularse el patrimonio cultural como bien común? Ello podría contribuir a la creación de órganos de decisión política horizontales y democráticos, apoyados en su gestión por diferentes agentes sociales e instituciones: técnicos de patrimonio, juristas, Iglesia, ciudadanos, etc.
Una solución es facilitar la gestión compartida de este patrimonio (Enlace con el módulo 1 (Ecomuseos y sostenibilidad), Unidad de aprendizaje 2: Gestión compartida de los bienes comunes) con organizaciones civiles que persigan objetivos sociales y con empresas del sector de la economía social. Un cambio en la definición del patrimonio, no como un bien público, sino como un bien común colectivo, podría ayudar a facilitar este proceso. La diferencia es que el primero pertenece al Estado y la responsabilidad de su gestión recae exclusivamente en las administraciones. El segundo pertenece a una «comunidad» que lo cuida y hace uso de él; no sólo es público (compartido), sino también común, y ello hace necesario establecer fórmulas de gestión consensuadas, abriendo la participación a más actores: la ciudadanía, a través de asociaciones, juntas vecinales, fundaciones, cooperativas, etc. Este patrimonio es inalienable, como lo eran, por ejemplo, los montes comunales. De este modo, los ingresos que se generen siempre se reinvertirán con fines sociales y no lucrativos. Si hay algún uso, será por parte de algún tipo de organización, fundación o comunidad local, que podemos agrupar bajo el nombre de «empresas sociales de la cultura y el conocimiento». Por el contrario, la privatización de lo público, que es la solución propuesta por la actual agenda neoliberal ante la crisis de la deuda de los estados, se traduce en la explotación de los recursos colectivos con fines puramente lucrativos, en los que las comunidades locales no suelen participar como sujetos activos (Enlace al módulo 1: Ecomuseos& Sostenibilidad, unidad de aprendizaje 1.). Hablamos aquí de las llamadas «industrias culturales», en las que la cultura es tratada como un mero objeto de consumo.
Por todo ello, creemos que es imprescindible poner en marcha procesos de experimentación e innovación social configurados como «empresas sociales del conocimiento«. Esto significa que entendemos los espacios en tres dimensiones: (1) como «empresas», porque se gestionan siguiendo una racionalidad económica, como un desarrollo para la comunidad; (2) «sociales», porque se basan en un modelo de gestión comunitaria y no persiguen fines lucrativos; y «de conocimiento» porque la ciencia y la tecnología son centrales en el proceso de investigación, y como señalaron Rivard y Mayrand, se trata de un proceso de Cultura Crítica , en el que convergen el conocimiento técnico y académico con el conocimiento comunitario. Todo ello nos proporciona un escenario propicio para considerar la participación comunitaria en los ecomuseos como un «laboratorio», «concebido, implementado y liderado por una organización civil». Hablamos, por tanto, de tecnología e innovación, pero no de «base tecnológica», sino de «base social», cívica, anclada localmente y abierta. Se trata de hacer del patrimonio el argumento central en torno al cual se ponen en marcha todos estos procesos de innovación social» (Fernández, Alonso y Navajas, 2015: 118).
Esta unidad responde a la pregunta de cómo se hace la participación. Se explicarán los diferentes pasos para desarrollar un proceso participativo.
Definimos todo proceso de planificación participativa como una estrategia dirigida a promover o potenciar la incidencia e implicación de los ciudadanos en las políticas públicas. Debemos tener en cuenta que el punto de partida de la participación ciudadana no es metodológico (cómo llevarla a cabo) sino político (para qué se quiere promover) y que conlleva valores (fines políticos) generando un proceso educativo para la sociedad. Recordemos en este punto que desde un punto de vista ecomuseológico, la participación no es una opción, sino la razón de ser.
La finalidad de un proceso de planificación participativa es establecer vínculos de comunicación entre los diferentes agentes comunitarios (públicos y privados) y la propia comunidad, establecer un espacio de toma de decisiones democrático que sirva para construir un futuro común, y generar conciencia y corresponsabilidad entre los agentes y la comunidad para la gestión y el desarrollo territorial y comunitario. Se trata de un proceso de autarquía comunitaria y de que sea la comunidad la que forme parte del proceso de toma de decisiones que implican políticas de futuro.
Una de las formas de llevar a cabo el proceso de planificación de la participación es a través de las cinco fases siguientes
En la gestión comunitaria, y en concreto en la creación de ecomuseos, es fundamental preguntarse el motivo por el que se quiere generar un proceso de participación comunitaria. Los ecomuseos comunitarios son entidades que parten de la idea de transformar la realidad social en la que se insertan, paliando las necesidades y problemas que se diagnostican en el territorio. De ahí que el «para qué» se convierta en una cuestión trascendental en el proyecto ecomuseológico. Un proyecto a largo plazo, cuyo objetivo sea el desarrollo territorial y comunitario y que implique a la comunidad en todos sus aspectos, no debe limitarse a una visión a corto plazo ni a objetivos orientados a la tradicional atomización de la gestión de los bienes patrimoniales.
En esta primera fase, debe crearse un grupo promotor, compuesto por aquellos miembros de la comunidad y agentes promotores de la iniciativa del ecomuseo, así como por aquellos que deseen establecer el objetivo principal y la meta a alcanzar en el proceso participativo.
Una vez objetivado y enfocado el objetivo final del proceso participativo, es necesario establecer los actores que van a intervenir. Desde sus inicios, la teoría ecomuseológica ha establecido que los ecomuseos son un pacto entre los diferentes agentes públicos y privados y la propia población (Maggi, 2004 y 2006), lo que significa que la población debe formar parte, junto con los técnicos, de los diferentes grupos de trabajo del ecomuseo, desde la planificación de las actividades hasta la ejecución, gestión y evaluación (Mayrand, 2004, Varine: 1991 y 2017).
Por supuesto, debemos alejarnos de los supuestos utópicos de que toda la población participará. Cuando hablamos de comunidad en realidad estamos hablando de comunidades, al igual que cuando hablamos de proceso participativo en realidad nos estamos refiriendo a una multiplicidad de procesos que pueden implicar a toda la población o a diferentes grupos dentro de la comunidad (jóvenes, adultos, mujeres, etc.).
En función de la finalidad establecida en la Fase 1, se deberán establecer reuniones informativas, grupos de discusión, talleres colaborativos para detectar los agentes y miembros de la población que desean y van a participar, así como las características de su participación: conocimientos, tiempo de dedicación y compromiso, etc. Es importante recordar que estos miembros activos serán también los destinatarios finales de las acciones desarrolladas.
Por último, hay que tener en cuenta la «no participación». Los actores y miembros de la población reacios a participar en el proyecto o a participar son un sector crucial para considerar los parámetros del proyecto participativo y cuáles son las circunstancias que les llevan a la no participación.
El proceso de planificación participativa puede referirse al conjunto del proyecto de ecomuseo (véase el módulo 3) o a acciones y actividades concretas. En función de las diferentes acciones a realizar, se establecerá una metodología diferente. Las metodologías a utilizar se desarrollan en la unidad 5 de este módulo.
La metodología establecida en la Fase 3 del proceso indicará los tiempos y espacios necesarios para desarrollar el proceso participativo. Para la planificación temporal, se recomienda elaborar un cronograma de acciones, objetivos y agentes encargados de llevarlas a cabo. Esto nos permitirá controlar las acciones y el proceso de ejecución. Herramientas como el Canvas son favorables para tener una visión global de la planificación.
En cuanto a los espacios, hay que considerar aquellas ubicaciones en el territorio que sean favorables para el desarrollo de las acciones y que de alguna manera estén vinculadas a la identidad de la población. Asimismo, el diálogo y la colaboración con los agentes públicos y privados es clave para poder acceder a un amplio abanico de espacios. La elección de los espacios físicos donde se desarrollará el proceso participativo tiene una enorme importancia en la respuesta y dinámica de las personas que participen, ya que serán espacios de identidad y memoria colectiva en el futuro.
Todo proceso participativo conlleva la utilización de una metodología específica de acción comunitaria, lo que en última instancia implica la asignación de recursos para llevarlo a cabo. El acceso o la disponibilidad de diferentes recursos condicionará el proceso participativo en sí, pero no su esencia ni la finalidad establecida en la Fase 1.
Necesitamos definir cuantitativamente los siguientes aspectos:
La última unidad de aprendizaje sigue la línea de la anterior y se centra en desarrollar y explicar las distintas metodologías participativas: Talleres participativos, Laboratorios ciudadanos, etc.
Los talleres son espacios de contraste y debate y son también marcos para la construcción de la identidad colectiva, especialmente gracias a los miembros más mayores de la comunidad. Concebidos como espacios para compartir conocimientos a través de la experiencia de los componentes de la comunidad, estos talleres servirán para recuperar y potenciar, desde una perspectiva participativa, el conocimiento directo de los miembros del grupo comunitario. Los talleres son espacios de contraste y debate y también marcos para la construcción de la identidad colectiva a través del ejercicio de la memoria oral, especialmente gracias a los mayores de la comunidad.
La exposición es un instrumento esencial para presentar el patrimonio e investigar nuevos lenguajes y técnicas museísticas. Con vistas al ulterior desarrollo de un ecomuseo, la exposición se posiciona como uno de los métodos más útiles de apropiación del patrimonio y de diálogo entre la comunidad y los técnicos-especialistas. La exposición inicia el proceso de acción comunitaria que conduce a la concienciación patrimonial y a la construcción de una identidad a través de la cual la comunidad se implica en la toma de decisiones sobre su futuro y el de su territorio. En conclusión, el espacio museístico (comunitario) se convierte en un laboratorio social y cultural. En definitiva, una exposición es una estrategia de conocimiento y comunicación que, desde el punto de vista comunitario, es un método para compartir, colaborar y participar con los miembros de la comunidad. Por tanto, debe generar más preguntas, interrogantes y diálogos que respuestas y narraciones cerradas.
El diagnóstico participativo es una de las herramientas asumidas como esenciales por la mayoría de los ecomuseólogos (Pierre Mayrad, Raul Méndez, Hugues de Varine, etc.), pero también es más complejo. El diagnóstico debería ser una de las fases iniciales en la creación de un ecomuseo, ya que implica investigar, analizar y reflexionar sobre: el territorio, el patrimonio, la identidad cultural, los problemas y las necesidades del territorio y de la comunidad. En términos administrativos y empresariales, estaríamos ante un análisis DAFO (Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades) y un análisis PEST (Política, Economía, Sociedad, Tecnología); sin embargo, en el caso de los ecomuseos, debe hacerse de forma colaborativa y horizontal. Los técnicos y especialistas deben interactuar con la población e implicarla para realizar un diagnóstico realmente eficaz.
El antecedente directo de los mapas comunitarios se encuentra en los Parish Maps. La versión anglosajona fue aprovechada por los ecomuseos siguiendo las ideas de patrimonio para la vida de Hugues de Varine (2017) y Pierre Mayrand (2009). La cartografía comunitaria o, si se prefiere, el inventario comunitario es la principal herramienta para que las comunidades locales tomen conciencia de su propio territorio y de su patrimonio. También es uno de los pasos previos para la interpretación del patrimonio del territorio del futuro ecomuseo.
La Investigación – Acción – Participativa (IAP) es una herramienta que pretende potenciar la participación y colaboración de los miembros de la comunidad en las acciones encaminadas a su transformación. Esto implica que las personas deben ser parte activa de todos los procesos de intervención, así como en la toma de decisiones. Este tipo de investigación pretende tener en cuenta las necesidades y problemas sociales, pero cuyas acciones se llevan a cabo por iniciativa ciudadana. Sus raíces metodológicas y teóricas se encuentran en los procesos pedagógicos de Paulo Freire, en la sociología militante de Orlando Fals Borda, en el desarrollo comunitario y en los presupuestos de la Cultura Crítica de la Nueva Museología y Sociomuseología.
La cocreación es una forma de gestión compartida de proyectos. Su finalidad se basa en la innovación colaborativa. Este concepto se basa en compartir ideas con colectivos y asociaciones locales con la intención de generar proyectos compartidos e inclusivos.
Espacios de trabajo colaborativo, desarrollados por técnicos, profesionales y entidades sociales y comunitarias. El objetivo principal es generar material pedagógico con una visión de inclusión social, responsabilidad y compromiso con los más vulnerables o menos representados, especialmente en las actividades desarrolladas por el museo. Para ello, es fundamental la cooperación con los agentes sociales (locales) .
Un laboratorio ciudadano es un espacio de colaboración para la producción, investigación y difusión de proyectos culturales. Estos laboratorios exploran formas de aprendizaje, innovación y experimentación comunitarias. El objetivo es partir de una idea que pueda desarrollarse de forma comunitaria y que tenga un impacto directo en la realidad social.
Los laboratorios ciudadanos se basan en la generación de propuestas por parte de los ciudadanos, a las que se suman colaboradores; así se generan prototipos y comunidades de aprendizaje. Todo el proceso de un laboratorio ciudadano se documenta (con licencia abierta) para que pueda ser utilizado por otras comunidades: investigadores, productores, otras iniciativas ciudadanas, administraciones, etc.
METODOLOGÍA | NIVEL DE PARTICIPACIÓN |
Talleres participativos y colaborativos |
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Museografía comunitaria |
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Diagnóstico participativo |
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Mapas comunitarios / Mapa parroquial |
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Participativo - Acción - Investigación |
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Cocreación |
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Laboratorios de educación y acción social |
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Laboratorio Ciudadano |
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Óscar Navajas, Julio Seoane, Manuel Parodi-Álvarez
Nunzia Borrelli, Barbara Kazior, Marcelo Murta, Óscar Navajas, Nathalia Pamio, Manuel Parodi-Álvarez, Lisa Pigozzi, Julio Seoane
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